domingo, 5 de enero de 2014

EL LIBRERO



         Llevo demasiados años en esto como para no saber quiénes son los que vienen a robar libros, siempre son los mismos parroquianos, los únicos, aquellos cuyos movimientos lentos y torpes se perciben al entrar y mucho más al salir, sonriendo con descaro a los otros dependientes, poetas indescifrables de educadas maneras, novelistas corteses sin calificar, atentos pero oscuros críticos literarios de los periódicos locales, delicados y decadentes catedráticos jubilados, cronistas pusilánimes y otros, una amplia gama tripulada por las Letras de nuestra ilustre y olvidada ciudad de Recuerdo.
 Todas las tardes sin pedir licencia se citan en la Librería Expolibro, y conversan alrededor de las mesas donde se exponen las novedades editoriales, siempre los imagino con la misma finalidad, atentar contra el viejo librero que los atiende mostrando respeto y cortesía, eso sí, estableciendo unas normas que en definitiva hacen vislumbrar lo que para ellos y por supuesto para mí es el juego, el pasatiempo, el tiempo inveterado de una vida rutinaria que guía una relación casi afectiva de años, entonces surgen los agraviados de nuestras Letras con su tertulia, pues no hay otros clientes, soldando fragmentos oscilantes de unos versos heridos, con sus variopintas indumentarias, haciendo mostraciones de su talento aún por descubrir, impulsados por la imagen de sus relatos, rostros que contemplan anaqueles repletos de libros por conocer, por hurtar, disimulando interés en ciertos ejemplares, hasta la hora de cerrar el establecimiento, donde la fría noche de invierno los devolverá a sus folios en blanco, obtusos sin duda por esa finalidad que los une, y se ordenan, poniéndose de acuerdo entre ellos, eligiendo siempre un libro que lo esconden en el fondo del bolsillo del abrigo del que ese día le corresponde, una orden perentoria de ejecución rápida que siempre capto, pues los conozco ya tanto... Entonces empiezan a desfilar uno tras otro hasta encontrar la puerta de salida junto a la gran cristalera de la Librería, fingiendo una conversación interesante, un pensamiento metafísico, la idea de un nuevo verso que al salir a la noche fría lo entumece, entonces yo, el viejo librero los despide con una reverencia desde el mostrador sin dejar de mirar las siluetas, entretanto, uno de ellos, ésta vez el poeta recién premiado en un concurso local de Recuerdo, antes de perderse de mi vista, torpemente mete su mano en el abrigo y comprueba que el libro robado está en su sitio.


Este relato forma parte de mi libro, Llegarás a Recuerdo (Azarbe,2.009).





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