lunes, 18 de enero de 2016

LA LLAMADA





Yo llamaba todas las noches a ese teléfono desde mi despacho, en el fondo a sabiendas de que nadie tomaría el auricular y se lo llevaría a la oreja, nadie contestaría a mi llamada, a pesar de todo y mientras tomaba el aparato al mismo tiempo que miraba a la calle por la ventana del despacho el viejo rótulo iluminado de color azul pálido, continuaba llamando durante un rato después de cenar, pues mi vida anodina no invitaba a otra cosa en aquella época que mirar a la calle por la ventana de mi despacho y hacer la llamada, mi fiel aburrimiento se abastecía de inventar esa especie de juego, si es que se le puede llamar juego a esas actividades, digamos, ocultas. Yo no dejaba pasar ni una sola noche en la que no llamara a aquél maldito número que tenía tatuado en mi memoria, ojalá lo hubiera olvidado, siempre me dijeron que el tiempo todo lo borra, pero en este caso no se cumplía la prerrogativa, a mí el dichoso teléfono no se me olvidó nunca. El caso es que no sabría explicar cuándo lo registré por primera vez, si es que hubo una primera vez, la verdad es que tuvo que haberla, aunque ya no me acuerdo, quizás lo vi en algún anuncio del periódico, en el rótulo de algún edificio o yo que sé dónde demonios lo pude ver, tal vez alguien lo dejara olvidado en un papel apuntado encima de mi despacho y que luego más tarde anduviera de cajón en cajón por mi casa, no sabría ahora decirlo, lo único que tengo claro es que el número parecía sonar en mi cabeza y cuando llegaba la hora, como he dicho antes, siempre después de la cena, alguien me dictaba sigilosamente la numeración, alguien me susurraba al oído: llama, llama, llama...
He de reconocer que siempre albergué la esperanza de que por lo menos lo cogieran una sola vez, por eso yo me decía para mi adentros, seguro que hoy te contestarán, pero nunca jamás a lo largo de estos últimos años nadie contestó a mis llamadas, nadie quiso cumplir y satisfacer lo que yo consideraba ya más que un juego, un capricho, una ilusión, el deseo de ver cumplido un sueño; mientras tanto sonaba al otro lado del hilo telefónico el tono, y yo me decía cógelo, cógelo, maldita sea, pero por qué no lo coges...
Así fueron pasando los días, los meses, los años, de esa manera fue creciendo mi ansiedad porque al otro lado, alguien, quienquiera que fuera, que hiciera el simple gesto, la nimia ostentación de levantar el auricular, aunque tan sólo fuera en señal de agradecimiento por tantos años de constancia, ya que desde que llamé por primera vez un sábado cualquiera de un año cualquiera, momento inaugural aquél en el que serían las diez de la noche, después de cenar e insistí durante un rato y no dejé de hacerlo, miles, millones de llamadas diría yo que habré hecho en estos últimos años, pero nunca nadie tuvo el coraje de contestar, ahora que ha pasado tanto tiempo me pregunto los motivos por los que no me contestaron, a saber...
Durante estos últimos años, después de la media noche, cuando me acostaba en mi camastro antiguo e imaginaba el lugar, era capaz de ver un despacho de oficina, con muebles antiguos, algún cuadro arcaico en las paredes corroídas por la humedad que había levantado la pintura barata, una leve iluminación, un cuarto donde casi dañaba el silencio sepulcral nocturno, el triste, sucio y sombrío lugar donde sonaba el teléfono y donde de golpe yo era capaz de oír los timbrazos del teléfono de mi propia llamada al otro lado.
Hoy que casi puedo abrazar la muerte he despejado por fin la incógnita, hoy puedo saber por qué nadie tomó el teléfono durante todas las noches de los últimos años, ya he conocido el motivo por el que me menospreciaron mis llamadas, y ningunearon mis ansias de satisfacer ese deseo, y hay que ver qué ingenuo fui durante todos aquellos años, pues he sabido finalmente y con lágrimas en los ojos que en los últimos años estuve llamando al antiguo edificio que está en enfrente del mío, y me he emocionado mucho al comprobar cuando esta noche después de cenar he llamado como de costumbre y después de muchos tonos, lo han cogido, increíblemente alguien se ha tomado la molestia de coger el teléfono, una voz delicada pero firme al mismo tiempo ha dicho: “Funeraria Saturnino dígame”, y yo prácticamente sin salirme la voz del cuerpo, he acertado a agradecerle de todo corazón todo este tiempo de espera, todos estos años en que no han atendido mis llamadas, y que en realidad no quería nada en concreto a esas horas, le he pedido por favor que me disculpara, que todo era simplemente un juego, el capricho de un hombre que no tiene nada que hacer y que después de la hora de cenar y hasta pasado un buen rato marca un número de teléfono que quedó grabado hace muchos años en su memoria, también le he comentado sin un rastro de rencor que por qué hoy sí ha sentido mi llamada, y él con su dulce voz me ha contestado con una ejemplar simpleza que siempre después de cenar abandona la Funeraria un ratito y suele salir a dar un paseo por las inmediaciones del edificio, y luego al volver de dar el paseo mira en el tablero de la centralita los números que han quedado grabados y este teléfono, el mío, sin tener un motivo claro nunca le interesó, no se tomó jamás la molestia de devolverme la llamada.



(Este relato pertenece a mi libro: Llegarás a Recuerdo (Azarbe, 2.007), pero previamente se publicó como inédito en la Revista Barcarola de Albacete. Número 71-72).

                                    
  (Portada de Francisca Fe Montoya)







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